A las 00:58 horas.
Tan chiquitita... Y eras la cosa más bonita que he visto jamás. De repente ya no estabas dentro de mi tripita, estabas encima. Todavía unidas por el cordón. No te veía la carita, te veía tu cabecita y el cuerpo todo blanquito...
Que emoción tan grande, desde el minuto uno en que te ví, sentí que mi vida había cambiado, pero no te imaginas cuánto! Es como si de repente hubiese dejado de ser quién era y me hubiese convertido en la mamá de Paula, y todo adquiría un sentido diferente para mi.
Allí estábamos los tres. Mirándonos como tontos, conteniendo unas lágrimas que ahora mismo mientras escribo no puedo contener. Qué maravilla! No había nadie más allí, ni doctora, ni matrón, ni enfermeras ni nadie... Sólo los tres. Papá, tú y yo.
A los pocos minutos te llevaron a limpiarte, a realizar tu primer examen que pasaste con nota! Un 8 y un 9, toma ya!! (el famoso Apgar). Desde que naciste, ese fue el único momento en que he deseado oirte llorar. "No llora", decía yo... Y la doctora al momento me dijo "mira, no la oyes, ya está llorando". Muy bajito, eso sí, desde el primer día no te ha gustado mucho llorar; así me gusta hija, que no llores.
Enseguida te trajo en brazos la pediatra, que nos explicó que estabas perfecta y te dejaron conmigo para que Antonio el matrón, de nuevo con gran profesionalidad nos enseñara cómo teníamos que hacer para que empezases a mamar cuanto antes y vaya si querías!! abrías tu boquita todo lo que podías buscando tu leche. Que precoz mi niña.
Es como magia. Nacemos sabiendo todo lo que hay que hacer y dónde tenemos que estar. Fue como si durante millones de años te hubiesen grabado en tus genes lo que tenías que hacer.
Y entonces sucedió. Abriste tus ojazos, me miraste y te acaricié debajo de la barbilla. Y se dibujó en tu boquita la sonrisa más bonita que podré ver en mi vida, tu primera sonrisa en este mundo.